viernes, agosto 27, 2010

Efectos secundarios de Liliana Felipe

 Frustraciones adobadas, acumuladas durante 500 años o más, sangre, mucha sangre, delirios místicos, papiros quemados, imperialismo letrado y borrado, acoso Bárbaro, no tenían previsto Jesús, no tenían previsto al tendero loco, utópica cosmovisión que surgía en el mismo ceno, latín, latín, y el maldito plan divino que vino para decir que "antes de esto, la humanidad estaba caída", no importa el planeta tierra, lo que importa es el reino de los cielos. Dejar la razón de lado, dejar de leer libros, basta de filosofía, basta del culto al cuerpo, basta de gimnasios, eso es homosexual, eso es orgullo, la razón del hombre está mal, muy mal, malo, malo.  
 

"Constantino ven, ven, no te mueras sin antes renunciar a todos esos dioses paganos y acepta al mio, dale el privilegio, que el mundo necesita de la justicia eclesiástica, poder terrenal que se manifiesta de lo "divino", dale Constantino ya casi estas muertito, es hora de la nueva era, no importa que después le digan la Oscura, para qué progreso cuando yo les puedo ofrecer un paraíso vestido de blanco puro y paz absoluta, para qué cuestionarse nada, si de nada sirve, necesitamos hombres ignorantes y sumisos, necesitamos que te unas a nuestro dios cristiano, sabemos que San Pablo va a propagar la verdad absoluta que se esparcirá por los siglos de los siglos, colmando de monasterios a las sociedades, borrando caminos y destruyendo las ciudades, dale Consty, de nada te sirve este basto imperio pecaminoso con la mitad de tus ciudadanos letrados y con tendencias antinaturales, vos vas a ir con el único dios, este único dios todopoderoso, el nuestro, el de la ira, el tirano, y de bienes, los bienes de los hombres, claro".








"Ay, hay que venirte, ven, ahí está, es la fiesta de los Arcángeles, no importa lo que digan, Gabriel no es hermafrodita como se dice, eso no existe, o al menos no entra en el diccionario de nuestro dios, Gabriel es más bien asexuado, no te dejes llevar por su apariencia muy femenina, el es un hombre, un hombre de dios, con sus rulos dorados y faldas largas, nos acomodamos a estos tiempos modernos, Gaby no quiere ser  menos, después de todo la metro sexualidad es lo que está de moda, el es más bien un paqui. Ven a la fiesta del anunciante de la muerte, uno de los tres anunciantes de dios, tan propicio a este siglo XXI.

 





           

lunes, agosto 09, 2010

Susurros del SXIX

El viento empujaba sus flácidos cachetes, sentado ahí en esa nueva estación ferroviaria Tommy no entendía mucho de lo que para el, era un monstruo, sólo sabía que el ruido que esté producía, además de miedo, le había dado una infección de oído. Caras y más caras, que de un día para el otro colmaron su pequeño pueblo y lo transformaron en otra cosa, ya no era su pueblo. Entre tanta gente sin embargo era el niño más solo del mundo, en esa ciudad en expansión, sentado y solo, contemplaba con horror esa cosa, que para el era la bestia. Ana, una mujer de la calle, era la única que se le aproximo en pocas oportunidades, se acerco en ese momento en que con ojos aguados Tommy contemplo por primera vez al tren acercándose al bullicio de la burguesía y saliendo de los campos de cereales, para luego intentar perderse en las vías del tren. La mujer asustada acudió a alcanzarlo antes de que él termine aplastado como tantos otros muertos accidentalmente y no tanto, en las garras de los ferrocarriles.

Esperaba a Ana, quería que Ana venga y lo abrase, lo bese, lo lleve de nuevo a la casona vieja esa y le cuente de las aventuras de David, que en esa manta rara de colores cruzados lo envuelva y prenda fuego a sus helados pies. Ana una vez fue una señora bien, usaba esas batas con grandes pliegues en el cuello y los hombros, vestidos de seda, tenía un cuarto grande con desván, en el que guardaba miles de cuadros pintados por ella, soñando con un día poder perpetuar los momentos. Esos momentos que ella sabía, no dudarían para siempre, como su David, el artesano del trigo y la cebada. Esos panes. Esas manos, ¡y qué manos!... Pero las manos por esos días empezaron a tener fecha de vencimiento. Fue entonces cuando por culpa de la tecnología, su David se fue, y sus panes dulces ahora los añoraba en el amargo sabor de las batatas.
El viento seguía empujando fuerte, la piel caliente, y Tommy ya no sentía más frío gracias al extraño sudor que chorreaba de su frente. Era muy caliente, dolía, hasta que unas manos lo levantaron del cemento fresco y pudo alcanzar a ver, a quién en sus sueños era Ana, mientras se desmayaba lentamente de sueño. Entre sombras y sombras veía los caballos con las panzas flacas que empujaban la carreta, veía a un señor que lo observaba desde arriba, sentía muchos escalofríos y hambre, mucho hambre. Veía a Ana, la confundía en sus sueños, la deseaba, deseaba tanto esa noche en que ella tomaba sus manos y hablaba, hablaba, el podía nada más que contemplar sus miguillas rosadas y su cabellera gringa. No fue Ana quien lo levanto del suelo, era un monje del convento de las a fueras del pueblo. Era ese viejo rancio que en cuanto alcanzo a reconocerlo, no pudo evitar despedir lo poco de comida que tenía en el estomago, la vomito con asco de resignación. Cuando despertó la fiebre se había ido y la luz también.
De nuevo ahí, encerrado, a las oscuras, escuchando las plegarias esas que ni entendía que decían, y le provocaban espanto. Recordaba al monje y más espanto. El podía llegar en cualquier momento. Podía llevarlo a aprender Morse, con la escusa de qué un día va a ser el dueño del océano y puede necesitar el telégrafo. Tommy sabe lo que el monje quiere enseñarle en realidad, se lo enseño varias veces en nombre de su dios, pero Tommy no quería a ningún dios, y menos a ese. Después de aprender a escribir, por lo cual hizo muchas cosas, se había escapado y juro no volver nunca más a ese convento, por ello escapo a la estación. Sin embargo estaba de nuevo ahí con el monje y sin Ana.
Otra noche más sedienta de vientos nórdicos, la fiebre volvió otra vez, al parecer para quedarse. Tommy en su cueva después de una pesadilla con trenes y monjes, sueña que despierto con Ana. Ella nunca más se acordó de él, lo olvido en las braguetas de un señor adinerado. Tommy ya no sueña, delira, mientras de sombra en sombra, ojea como lo meten a un saco, sin saber que no fue la peste quién arrebato sus sueños, ni el destino, ni dios.

jueves, agosto 05, 2010

Ambrose Bierce


Aceite de Perro

 Me llamo Boffer Bings. Nací de padres honestos en uno de los más humildes caminos de la vida: mi padre era fabricante de aceite de perro y mí madre poseía un pequeño estudio, a la sombra de la iglesia del pueblo, donde se ocupaba de los no deseados. En la infancia me inculcaron hábitos industriosos; no solamente ayudaba a mi padre a procurar perros para sus cubas, sino que con frecuencia era empleado por mi madre para eliminar los restos de su trabajo en el estudio. Para cumplir este deber necesitaba a veces toda mi natural inteligencia, porque todos los agentes de ley de los alrededores se oponían al negocio de mi madre. No eran elegidos con el mandato de oposición, ni el asunto había sido debatido nunca políticamente: simplemente era así. La ocupación de mi padre -hacer aceite de perro- era naturalmente menos impopular, aunque los dueños de perros desaparecidos lo miraban a veces con sospechas que se reflejaban, hasta cierto punto, en mí. Mi padre tenía, como socios silenciosos, a dos de los médicos del pueblo, que rara vez escribían una receta sin agregar lo que les gustaba designar Lata de Óleo. Es realmente la medicina más valiosa que se conoce; pero la mayoría de las personas es reacia a realizar sacrificios personales para los que sufren, y era evidente que muchos de los perros más gordos del pueblo tenían prohibido jugar conmigo, hecho que afligió mi joven sensibilidad y en una ocasión estuvo a punto de hacer de mí un pirata.

A veces, al evocar aquellos días, no puedo sino lamentar que, al conducir indirectamente a mis queridos padres a su muerte, fui el autor de desgracias que afectaron profundamente mi futuro.
Una noche, al pasar por la fábrica de aceite de mi padre con el cuerpo de un niño rumbo al estudio de mi madre, vi a un policía que parecía vigilar atentamente mis movimientos. Joven como era, yo había aprendido que los actos de un policía, cualquiera sea su carácter aparente, son provocados por los motivos más reprensibles, y lo eludí metiéndome en la aceitería por una puerta lateral casualmente entreabierta. Cerré en seguida y quedé a solas con mi muerto. Mi padre ya se había retirado. La única luz del lugar venía de la hornalla, que ardía con un rojo rico y profundo bajo uno de los calderos, arrojando rubicundos reflejos sobre las paredes. Dentro del caldero el aceite giraba todavía en indolente ebullición y empujaba ocasionalmente a la superficie un trozo de perro. Me senté a esperar que el policía se fuera, el cuerpo desnudo del niño en mis rodillas, y le acaricié tiernamente el pelo corto y sedoso. ¡Ah, qué guapo era! Ya a esa temprana edad me gustaban apasionadamente los niños, y mientras miraba al querubín, casi deseaba en mi corazón que la pequeña herida roja de su pecho -la obra de mi querida madre- no hubiese sido mortal.
Era mi costumbre arrojar los niños al río que la naturaleza había provisto sabiamente para ese fin, pero esa noche no me atreví a salir de la aceitería por temor al agente. "Después de todo", me dije, "no puede importar mucho que lo ponga en el caldero. Mi padre nunca distinguiría sus huesos de los de un cachorro, y las pocas muertes que pudiera causar el reemplazo de la incomparable Lata de Óleo por otra especie de aceite no tendrán mayor incidencia en una población que crece tan rápidamente". En resumen, di el primer paso en el crimen y atraje sobre mí indecibles penurias arrojando el niño al caldero.
Al día siguiente, un poco para mi sorpresa, mi padre, frotándose las manos con satisfacción, nos informó a mí y a mi madre que había obtenido un aceite de una calidad nunca vista por los médicos a quienes había llevado muestras. Agregó que no tenía conocimiento de cómo se había logrado ese resultado: los perros habían sido tratados en forma absolutamente usual, y eran de razas ordinarias. Consideré mi obligación explicarlo, y lo hice, aunque mi lengua se habría paralizado si hubiera previsto las consecuencias. Lamentando su antigua ignorancia sobre las ventaja de una fusión de sus industrias, mis padres tomaron de inmediato medidas para reparar el error. Mi madre trasladó su estudio a un ala del edificio de la fábrica y cesaron mis deberes en relación con sus negocios: ya no me necesitaban para eliminar los cuerpos de los pequeños superfluos, ni había por qué conducir perros a su destino: mi padre los desechó por completo, aunque conservaron un lugar destacado en el nombre del aceite. Tan bruscamente impulsado al ocio, se podría haber esperado naturalmente que me volviera ocioso y disoluto, pero no fue así. La sagrada influencia de mi querida madre siempre me protegió de las tentaciones que acechan a la juventud, y mi padre era diácono de la iglesia. ¡Ay, que personas tan estimables llegaran por mi culpa a tan desgraciado fin!

Al encontrar un doble provecho para su negocio, mi madre se dedicó a él con renovada asiduidad. No se limitó a suprimir a pedido niños inoportunos: salía a las calles y a los caminos a recoger niños más crecidos y hasta aquellos adultos que podía atraer a la aceitería. Mi padre, enamorado también de la calidad superior del producto, llenaba sus cubas con celo y diligencia. En pocas palabras, la conversión de sus vecinos en aceite de perro llegó a convertirse en la única pasión de sus vidas. Una ambición absorbente y arrolladora se apoderó de sus almas y reemplazó en parte la esperanza en el Cielo que también los inspiraba.
Tan emprendedores eran ahora, que se realizó una asamblea pública en la que se aprobaron resoluciones que los censuraban severamente. Su presidente manifestó que todo nuevo ataque contra la población sería enfrentado con espíritu hostil. Mis pobres padres salieron de la reunión desanimados, con el corazón destrozado y creo que no del todo cuerdos. De cualquier manera, consideré prudente no ir con ellos a la aceitería esa noche y me fui a dormir al establo.
A eso de la medianoche, algún impulso misterioso me hizo levantar y atisbar por una ventana de la habitación del horno, donde sabía que mi padre pasaba la noche. El fuego ardía tan vivamente como si se esperara una abundante cosecha para mañana. Uno de los enormes calderos burbujeaba lentamente, con un misterioso aire contenido, como tomándose su tiempo para dejar suelta toda su energía. Mi padre no estaba acostado: se había levantado en ropas de dormir y estaba haciendo un nudo en una fuerte soga. Por las miradas que echaba a la puerta del dormitorio de mi madre, deduje con sobrado acierto sus propósitos. Inmóvil y sin habla por el terror, nada pude hacer para evitar o advertir. De pronto se abrió la puerta del cuarto de mi madre, silenciosamente, y los dos, aparentemente sorprendidos, se enfrentaron. También ella estaba en ropas de noche, y tenía en la mano derecha la herramienta de su oficio, una aguja de hoja alargada.
Tampoco ella había sido capaz de negarse el último lucro que le permitían la poca amistosa actitud de los vecinos y mi ausencia. Por un instante se miraron con furia a los ojos y luego saltaron juntos con ira indescriptible. Luchaban alrededor de la habitación, maldiciendo el hombre, la mujer chillando, ambos peleando como demonios, ella para herirlo con la aguja, él para ahorcarla con sus grandes manos desnudas. No sé cuánto tiempo tuve la desgracia de observar ese desagradable ejemplo de infelicidad doméstica, pero por fin, después de un forcejeo particularmente vigoroso, los combatientes se separaron repentinamente.
El pecho de mi padre y el arma de mi madre mostraban pruebas de contacto. Por un momento se contemplaron con hostilidad, luego, mi pobre padre, malherido, sintiendo la mano de la muerte, avanzó, tomó a mi querida madre en los brazos desdeñando su resistencia, la arrastró junto al caldero hirviente, reunió todas sus últimas energías ¡y saltó adentro con ella! En un instante ambos desaparecieron, sumando su aceite al de la comisión de ciudadanos que había traído el día anterior la invitación para la asamblea pública.
Convencido de que estos infortunados acontecimientos me cerraban todas las vías hacia una carrera honorable en ese pueblo, me trasladé a la famosa ciudad de Otumwee, donde se han escrito estas memorias, con el corazón lleno de remordimiento por el acto de insensatez que provocó un desastre comercial tan terrible.

lunes, agosto 02, 2010

DROGAS BLANDAS

No soy borderline, ni trastorno limite, mi trastorno se parece pero va más allá de lo que se pueda diagnosticar, es algo que tengo que desentrañar de mis adentros, en la psicopatía agudizada por mi en el cerebro de algún pobre psicólogo, preso de mis frustraciones. No lo sé, es como dice Liliana, “no te lo puedo decir”.
De un tiempo para acá sentí como mi vida aparentemente normal, en ese momento justo en que creí, dejó de ser normal. Ahora es cuando lo sé, ya no era mi vida, ya no era yo, cambio para siempre, pude entender que era otra persona, era la cucaracha de Kafka, y no pude saberlo, no pude aceptar este cambio solo hasta que mi cuerpo me aviso.
Hoy la vida transita, ya no soy el mismo aunque el rumbo volvió, recupere un cierto equilibrio que había perdido, ese equilibrio al cual después de tanto odiarlo un día perdí y al cual recién ahí, pude valorarlo. Tengo que avisarle a veces a mis sesos, “recorda de que el equilibrio esta ahí, no te caigas de la cuerda como el gatito” les digo. Sin embargo siento como que piso en el aire, floto, tanto que ya no da miedo, ya lo naturalice, le perdí el miedo, la cobardía.
Mi trastorno es conciente de mí, y se apropia de manera útiles para cuidarse de mí y que no lo mate, busca la forma de adecuarse a cada etapa por la que yo este pasando, me habla al oído, me susurra a las piernas y se expande en mi garganta.
De niño recuerdo, una de las veces, tocaba fuerte a mi puerta el trastorno, mis piecitos se apuraban sobre los mosaicos fríos en busca de un abrazo, una calma, la paz que ese trastorno altero y modifico en tiempo y espacio, en cuerpo y alma. Una vez no hubo nadie en casa, y mi Polola, mi nena hermosa que ya no esta más conmigo, corrió a la cama, se paro y me socorrió. En su abrazo sentí esa tranquilidad que anestesio los brazos. Una vez una señora me dijo, “vos seguramente no crees en dios”, y yo si creía en el, aún sabiendo en el fondo que ella tenía razón. Eras vos trastorno de mierda, en mi subconsciente nunca me dejaste ser un tonto más, nunca, es más fácil la vida así, cuando sos un boludo que pega perfectamente con las normas de lo establecido, así triunfas en la vida. Terminas con casita y auto, mujer perfecta e hijos saludables, trabajo y vacaciones de verano. Qué más importante que eso, ser un señor o señora bien.
Pensé en cómo hacer para terminar con esto y no se si un día pueda, si pueda dejar de ser inestable, si pueda dejar de sentir un vacío inexplicable, si es por tener o no algún tipo de trastorno, no me interesa la normalidad, quién es normal, nadie. A veces admiro a la gente que a pesar del paso del tiempo, mucho tiempo, logran mantenerse cuerdos, como muy perfectitos, y yo a tan poca o corta edad tengo que andar colocando parches remendados mal cosidos en mis pieles.
En una realidad irreal e inestable me siento cuerdo, ¿alguien me explica eso? En ese momento en que me cruzo con la felicidad momentánea de algún corazón egoísta, o en cada vez en que fui libre, en la medida que aprendí a serlo. Maldito siglo al que no pertenezco, puede de ahí mi desequilibrio, esto, eso, o lo que soy, un trastorno con patas. Que feo, que fea palabra, definirme como trastornado, son sanos, todos son sanos de este mundo insano. Yo el freak de esta sociedad, feliz y contento de no quedarme tranquilo en ella, de concordar con ella, de no venderme, si un día encajo, ese va a ser el día en que el trastorno sea completo.
Releo esto y me da como quién lea esto va a sentirme como un emo, un amargado de la vida, sin saber que sonrío a diario y me levanto cada mañana con la intención de ser feliz, con o sin trastorno.