martes, octubre 05, 2010

La danza Inmóvil

Sobre el desarreglo de las sábanas, nuestros cuerpos eran los de un náufrago, únicos sobrevivientes del jubiloso tifón que había derribado floreros, botellas, vasos. Nuestros cuerpos no podían contener más gozo. Todavía empapado por el entresueño, giré sin darme cuenta y al recostarme en tus pezones, los roze con mi pecho. Y fue como si un loco corriendo por entre los árboles de un bosque calcinado por el verano arrojara teas que al instante lo incendiaran todo. Nuestros cuerpos ya no podían tolerar mas placer y sin embargo, entreverándonos de nuevo, descubrimos que esos bosques en llamas, era menos que el fuego de una rama, menos que el fuego de una hoja, a penas el comienzo del comienzo.
En el espejo, frente a la cama, contemplé los movimientos vertiginosos y lentos de un animal que mis ojos jamás habían visto. Vi que las piernas convulsas del cuadrúpedo luchaban entre sí.
Vi cómo sus cuatro piernas se fundían en dos. Vi que el bellísimo monstruo era bicéfalo, que sus cabezas peleaban, se mordían, se besaban, se arrancaban los hocicos. Vi que sus dos cabezas se juntaban en una sola. Vi la desesperación de sus cuatro ojos resistiéndose a ser dos. Y en los ojos que sobrevivieron vi el júbilo de ser ya sólo dos. Vi como los veinte dedos de las manos de la bestia forcejeaban, se debatían, desaparecían detrás de su lomo y reaparecían convertidos en diez, las uñas del uno en los dedos del otro. Vi que sus nuevas manos acometían lo que quedaba de sus rostros, desgajaban dos de los cuatro labios del jadeante animal malherido, le dejaban una sola, insaciable boca. Vi que uno de los labios pertenecía a la nueva cara y el otro a la abolida. Vi que las crines ahora sin contienda, mansamente se entremezclaban en una sola pelambre de cabellos, ora negros, ora castaños, ora azabaches, ora verdes. Vi como la bestia se iba pacificando aquietando, aletargándose. Y entonces, solo entonces, vi que el prodigioso animal reposaba en nuestro lecho y no en el lecho del espejo. Y que nuestros cuerpos eran su cuerpo. Y que en su rostro se mezclaban tus facciones y las mías. Y comprendí que vos eras yo, y que yo era vos. Le miré, me miró. Nos miramos.¡ Éramos el ejemplar único de una especie única, principio y fin de una raza destinada a existir ese instante único! ¡Primer y último ejemplar de una raza extinguida, el postrero ejemplar de una especie que algún día iba  nacer.

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