lunes, mayo 10, 2010

Mañana habitual



  Esa mañana tan habitual como cualquier otra yo me encontraba de regreso a mi casa, el sol entraba por las ventanas del micro y hacía que todo sea un poco más llevadero. Las personas subían apuradas en cada parada y metían sus monedas enojadas para así poder viajar de una buena vez. El chofer con la mirada cansada daba el saludo indiferente de cada día, como quién habla con la pared decía- “Buen día”-, a cada uno que subía mientras los observaba por el espejo retrovisor. 
  A mi la espera parecía matarme, me aburría tanto tener que esperar en cada esquina a que el semáforo se ponga en verde, quería que se valla rápido de una buena vez, me comía la cabeza aunque trataba de ser paciente, era casi el mediodía y estaba muy cansado y con hambre. De nuevo a esperar, de nuevo los autos tocando sus agrias bocinas, los autos, los automovilistas, a los que tantas veces les dediqué esas palabras que mi Madre me decía que eran “malas” palabras cuando era niño, en la actualidad todas se las dedico a “los automovilistas”.
  Entre mis puteadas a los autos, la gente subía y subía, hasta llegar a convertir al micro en una especie de orgía con ropa. De nuevo había que esperar la esquina mágica en la que se bajaban casi todos y por fin se podía respirar.
  La mañana seguía como cualquier otra, de pronto un gordito subió con unos papeles y antes de hablar pidió permiso al chofer. Empezó a contar su historia, dijo que los papeles que tenía en mano eran del doctor, dijo que tenía VIH y que por ello tenía que andar en la calle pidiendo para poder sobrevivir y comprar los medicamentos, lo decía de una forma tan tierna que las tripas se me doblaron, me puse triste muy triste, entonces saqué los últimos dos pesos que me quedaban de casi fin de mes, no me importo y se los di.  Me sentí bien conmigo mismo y no entendí en ese momento y si lo hice por él o por mi, él seguía contando su historia, habló de discriminación por su enfermedad y que por ello no conseguía trabajo. Hasta que rápido una mujer descoloco a todo el mundo, corrió sus largos rulos amarillos del rostro y dejo ver sus facciones, con voz ronca empezó a gritar. En ese momento me quede sordo y lo único que podía oír era su voz.
 -“Yo tengo VIH hace muchísimos años y nunca me corrieron de ningún lado por eso, siempre trabaje, y los medicamentos te los dan en cualquier hospital, así que por favor deja de mentir y engañar a la gente, anda a trabajar, sos un vago mentiroso, no tenes cara”- Indignada y hecha fuego le gritaba, el en tanto sólo se limitaba a tartamudear, sin poder objetar nada de lo que la mujer había dicho, desenmascarado bajó pavorido.
 El silencio volvió al micro junto con la normalidad pero yo podía ver en los rostros de todos, la sorpresa, esa expresión que sólo aparece cuando algo descoloca a la gente y los saca de su mundo y los sumerge en otro al que no están acostumbrados. Otro mundo que no conocen. Me quede con la duda de que si hice bien o no al darle lo poco que me quedaba para sacar fotocopias o comprarme algo, no me importo, sólo me dije que me cuestionaría más otra vuelta cuando escuche un discurso parecido. Fue una mañana tan habitual como cualquiera de regreso a casa.

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