lunes, agosto 31, 2009

Crónica Napal Pi (Muchos Muertos)






Era una mañana muy temprano, mi llanura ya no era mía, era la fuente primordial de materia prima de los ingleses: el algodón.
En época de cosecha, antes de que todo sucediera, nos levantábamos cuando el sol aún no salía. Todos amontonados caminábamos hacia el algodonal, abuelos, padres e hijos, con bebes en brazos, masticaban pan y mocos que chorreaban sin cesar parecían velitas de sueños, hálitos de vida.
El desayuno era agridulce como la resignación, los pies eran termómetros, calor cuando hervía la tierra en verano, frío cuando las escarchas danzaban en invierno.
Iban y venían con las bolsas que se llenaban para empezar otras, así hasta el mediodía cuando unos fideos en guiso flaco o una sopa caracú mataban el ayuno. Se comía rápido para volver a la cosecha.
El algodonal se mostraba inmutable y no ofrecía compasión hasta que el atardecer nos salvaba del agotamiento, volvíamos a casa a dormir, a veces un mate cocido era el manjar de la noche, a veces una galleta, otras nada.
Tomé conciencia dos horas después, las espinas y los cadillos me dejaron casi desnuda y toda raspada, la noche anterior hubo una fiesta. Estábamos en las tolderías cuando desde un aparato que volaba empezaron a tirar fuego, el aparato seguía dando vueltas por el cielo, hacía poco había cumplido 23 años, en enero 16.
Si sabía que iba a ser el último cumpleaños con mis abuelos, danzaría toda la noche con ellos, pero aquel 19 de julio de 1924, la piel roja se hizo sangre Toba y Mocoví sobre la tierra del norte, se hizo impune.
Era lo que querían, eliminar a toda mi tribu, meter gente criolla, gringos, europeos ricos en busca de más riqueza.
Escapamos al monte, pasamos dos días escondidos sin comida y agua, mi mamá, mi tío y yo. Hasta que mi tío encontró a otro de los nuestros que nos llevó hasta el Aguara.
El gobernador en ese entonces, Fernando Centeno nos perseguía a caballo rastrillando todo el monte, al que encontraban lo mataban. Los cadáveres se hacían presentes en cuervos gordos que volaban con dificultad.
La libertad, nos privaron de ella, la injusticia se hizo insoportable, pagos en vales, descuentos arbitrarios, prohibiciones para salir de la provincia, prohibiciones para cazar y hasta detenciones para justificar más saqueos. Todo sumó para que los caciques y los chamanes llamasen a las tribus a no cosechar más y a volver al monte chaqueño a la vida nómada.
200 integrantes de mi tribu fueron exterminados esa mañana, con mis 106 años lo recuerdo como si fuese ayer, mirando el cielorraso de mi casa que es una frazada para frenar los rayos abrasadores del sol.
Espero me paguen pronto, tengo 12 hijos y quiero que aunque sea ellos se beneficien con la indemnización por la masacre, somos gente buena, gente pobre.

Melitona Enrique.

1 comentario:

Natu dijo...

demagógico!

jajaja.



:P