lunes, septiembre 07, 2009

“Pegar en donde más duele”





No tenía nada que perder, lo más valioso que me dio la vida y de lo cual estaba muy orgullosa, me lo quitaron. Así que emprendí un viaje sin retorno, del cual no me arrepiento para nada, por que en el camino me di cuenta que mi lucha no era por mi sola, si no también por todas la madres.
Yo sabía que se venía el quilombo, cuando vi en la tele que la bajaron a Isabelita, mis vecinas estaban contentas pero yo no, no por que sea peronista, ni nada, por que a mi esa nunca me cayó bien. Para mi la bandera de la patria envuelta en las manos de los militares, era pura porquería, tenían en todos los sentidos las manos sucias, seguro.
Todos lo intentos por recuperar lo que me quitaron fueron envanos, pero pude ayudar a mucha gente que sufría como yo, pude ayudar a que otros vean la realidad de lo que estaba pasando en el país a partir de aquella tarde de abril de 1977. Salí en busca de la verdad, no me iba a quedar en casa preguntándome, cómo fue la bala, dónde estaba el cielo, dónde estaba Dios, o dónde me había metido yo cuando la bala o lo que sea, penetro para matar a ese pedacito de mí, la causa de mi vida.
En la iglesia se respiraba más profundamente de lo habitual, por poco ya se escuchaba un soplido como si fuese el canto de unos pájaros tristes, entonces a la salida nos agrupamos 14 madres solas, nos metimos el miedo y salimos para esa inmensa plaza. Una grito, no me acuerdo si era Azucena, dijo, “individualmente no vamos a conseguir nada, por que no vamos todas agrupadas si somos muchas, Videla tendrá que recibirnos”. Recuerdo tan bien ese 30 de abril, lo recuerdo como si fuese ayer, fue lo que nos dio fuerza en el 2001, cuando nos tomamos de las manos y enfrentamos a los policías que con sus caballos nos lastimaban, nos agarrábamos fuerte de la mano, no íbamos a permitir que sigan lastimando gente. Para mi era volver en el tiempo con más fuerzas aún, ahora sabiendo que estábamos luchando por una causa justa.
Una tarde de pleno sol y asfalto que quemaba, me decidí a caminar sola por esa plaza, que se había convertido en todo un símbolo que representaba tantas cosas para nosotras y para todos los argentinos que salían a manifestarse por sus largas cuadras. Fue cuando me encontré con ella, con la mirada intacta del padre, me sonreía y charlábamos a cerca de su carrera que tanto le gustaba, agronomía, y de las prácticas de botánica, del herbario que se encontraba haciendo antes de que todo pasara, del novio con el que la vi por ultima vez, pero le pregunte por el y ahí fue cuando todo cambio.
Ella empezó a temblar, le transpiraba la cara y los ojos me mostraban un dolor, ese dolor que sólo lo sentís cuando alguien que amas mucho esta sufriendo, ese dolor que duele más que el propio. Me pedía ayuda, gritaba que a su novio se lo llevaron, me mostró la herida en el brazo, que todavía sangraba pero se la ato con un trapo y pudo escapar, en cambio el no pudo. Yo corría con ella que me llevaba al lugar donde habían capturado al joven, entramos por un gran patio con árboles a los costados, un lugar gigante, entonces nos detuvimos en una ventana y me dijo “mira, ese es el que dio la seña para que nos disparen”, era ese hijo de mil, yo sabía siempre lo supe. Nos adentramos por unos pasillos muy rápidamente, no se de donde saqué las fuerzas para correr así, y con un hierro de una puerta rota rompí las cadenas y entramos al cuarto, ese oscuro cuarto.
Estaba lleno de jóvenes casi muertos, todos tirados en pedasos de colchones húmedos, con los huesos flacos, todos raspados. Tomamos de la mono al joven y despertamos a los demás para poder escapar por la ventana, con las sabanas nos colgamos hasta bajar y por fin lo logramos. Al salir del lugar, que nunca pude saber cual era, ella no vino conmigo. Con una profunda nostalgia nos despedimos ahí y lo último que me dijo fue “encontrá a Lucía” y desperté en la plaza, cubierta por los diarios que el viento acarreo hasta mi cara y me la tapo. Todo fue un sueño.
Al tiempo, un juez me aviso que se habían realizado análisis de sangre clandestinamente en escuelas de la provincia, y que efectivamente tenía nieta. Jamás supe que mi hija estaba embarazada cuando se la llevaron, nunca me lo contó ni me entere, tampoco sé cómo pero Lucía existía y se encontraba muy cerca mío. Me pegaron donde más duele, me quitaron lo vas valioso que la vida me dio pero dios en su absoluta misericordia me trajo a Lu.

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