jueves, julio 26, 2012

RUTA 81

 Ellas estaban listas para la fiesta, la más pendeja sin embargo siempre es la que tarda más en vestirse. En el cuarto más pequeño Tatiana peina sus mechas rubias y en las puntas deja colgar unos bucles, Silvana se calza unos tacos de última temporada y ya. Pero falta él, lo han visto en la gruta fumando un cigarro, lo han visto en una esquina, y por último entrando a una casa, no tardo nada más que unos minutos.
 La más pendeja, Yanina, ya lo sabía sin embargo fingió no saber. Antes de partir le pregunto, "¿donde estabas?" con una mirada desconfiada. El mintió, dijo que estaba en la gruta hablando por celular. Todos fueron a la fiesta, con resaca de la fiesta anterior pero fueron, comieron de nuevo entre esas paredes, bebieron y bailaron. La noche termino y sólo le quedaba el beso del día anterior y todas las ganas, solo le quedaba en su celular unos mensajes que decían "disculpas" y "espero a que vuelvas", reposó la cabeza en la almohada e intento dormir. 
Ellos se volvieron a besar al costado del porteñito, como debía llamarse ese viejo pueblo. Hasta el día de hoy es que el cura local lo llama así porque no se debe de cambiar el nombre de los pueblos, si un principio se llamaba así, había que dejarlo.  Villa General Guemes es un pueblo ubicado casi en el centro de la provincia de Formosa, en Argentina. Sus calles están todas asfaltadas pero no deja de ser un campo, un campo con asfalto, sus mujeres son las más hermosas pero ninguna recibe ni un poquito del honor de tamaña hermosura. Cuando alguna queda embarazada lo único que se escucha es "¿y se hizo cargo?" Sus hombres son pocos, por lo cual todas los comparten. Sus noches son folklore,  son familias numerosas, son de estrellas gordas y grillos afinados. 
Se besaron ellos, los dos contra unas ramas que pinchaban, las luces de una moto los alumbró, uno alcanzó a mirar el bulto del otro,alcanzó a correr para atrás de las ramas y el otro prendió la moto y se rajaron. Se supieron prohibidos, se supieron con cierta culpa, como que estaban haciendo algo mal, algo malo, allí  en se mismo país no servía ni la ley de matrimonio igualitario, ni la ley de identidad de género, ni ocho cuarto. 
 En la entrada de la iglesia ubicada en pleno centro de la ciudad se pueden leer carteles que citan la palabra del señor, y la radio local tiene un programa para todo el rebaño del señor. Uno de los chicos, el más reprimido, siente que su cabeza le da vueltas, siente que su vida nunca será igual después de ese fin de semana, siete unas ganas terribles de sentir en su cuerpo el calor del cuerpo de ese otro chico que lo beso, pero la culpa es más grande. El sentimiento católico de que eso que hizo esta mal lo invade y no lo deja dormir.  Además su machismo, su homofobía interna no lo deja tranquilo, por ello es muy cuidadoso a la hora de hablar, práctica la forma en que debe de caminar masculinamente, las sílabas al pronunciarlas deben de ser en tono grave y no agudas, y jamás comentar nada de su sed de hombres ante sus amigas. 
Las palabras no son pronunciadas, si lo son escritas, lo que no dicen las bocas lo dicen las manos. Allí los deseos más profundos toman vida en la luz de la pantalla raspada de un viejo samsung, allí ellos son quienes en verdad son, son y no importa que existen las tres hermanas, que por decirlo, les chupa un huevo si estos se quieren, no importan las citas bíblicas, no importa las miradas ni comentarios machistas típicos del norte, donde la moral católica apostólica romana tiene la fuerza de las aguas del porteñito, que corre y corre sin parar y lleva consigo las cenizas de un buen hombre que era homosexual y dejó allí mucho de sí para el pueblo y su gente. Aunque la moral de ellos, lo condene.  



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