jueves, abril 07, 2011

El rock de los cuerpos ambiguos: acorde callejero, rouge y plataformas.


Un verso planea sobre la armonía de Perfect Day, uno de los temas incluidos en Transformer, el segundo álbum de Lou Reed: “Just a perfect day, you make me forget myself, I thought I was someone else, someone good”. No valen interpretaciones de esta frase, es salsa para los oídos de quien escucha; de por sí, ya es un discurso, canción que degluta el urbanismo con los condimentos de época: poesía, heroína, revolución sexual y la abulia del tiempo. Ironía en la voz y retrato de New York, algo más que arreglos o retoques del productor de esta obra: David Bowie. Prolijidad, crudeza; desde la punta de los dedos hasta los neurotransmisores del gran referente del pop. Resultado de la ecuación: glam rock. Los ´70 no vienen solos, el resabio de artistas trepa por los bemoles del rock and roll que, en la década anterior, ya alborotaba al mundo con los Beatles.
En Velvet Goldmine, el director Todd Haynes recrea la escena under en Inglaterra –¿rock island?-, a través de chicos que retoman la feminidad, llenan de purpurina al rock y lo masturban en performance rabiosas. Antes de empezar advierte: “aunque lo que vas a ver es una ficción, escuchar al máximo volumen”. Hacelo; la banda sonora cuenta con un repertorio estridente y melancólico, refuerza la ambigüedad del cuerpo en el relato junto a una estética provocativa.
Brian Eno, uno de los productores y compositores más significativo en este terreno musical -colaboró con Bowie en varias ocasiones-, es el referente musical de la película por el tono de sus letras: las dos canciones que forman parte del film se ubican en escenas trascendentes. Needles in the Camel's Eye es la alegoría a ese futuro sin forma, “¿por qué preguntar por qué?”.    Baby´s on fire cala profundo, es una cuchillada de guitarras enardecidas, interpretada por Venus in Furs una de las bandas que se formó para la película –con músicos de Radiohead, Roxy Music y Suede– y de la cual forma parte uno de sus protagonistas, Slade, la estrella del glam rock.
Wylde Ratzz es la otra, con miembros de Sonic Youth, Mudhoney y The Stooges, mucho más cruda y viceral, reminiscencia a Iggy Pop tras el personaje de Curt Wild, rockero hechado a menos que cautiva a Slade. Historia de amor bajo la fresca metáfora de Reed en Satellite of Love.
Iconos del glam incomodan los hogares del conservadurismo y su vez alientan a jóvenes a dejar de lado prejuicios y contratos de prosperidad económica. La sexualidad se retoma como categoría política –por esos años la teoría queer avanza en la contienda de género–, pero a su vez, es el haz del main stream que moviliza la industria disquera. Así sucede con Slade, llevado al súmmum de su carrera, tropieza con el fracaso y la cocaína devora poco a poco su sensibilidad. Esta imagen es alusiva a la biografía de Jobriath, uno de los primeros artistas del glam norteamericano, de paso ligero y efímero en la música.
Se trata de una producción cinematográfica que reconstruye las condiciones históricas de resistencia a la normatividad de los cuerpos, a través de la intervención artística.  En palabras de Beatriz Preciado –una de las teóricas queer más influyente de esta época-“la identidad sexual y de género no son construcciones sociales (meras abstracciones o ideologías flotantes), no hay determinismo en la construcción social, sino constante regulación, agenciamiento, mutación, interpretación, intervención, resistencia”.
El glam rock pasa al álbum maltratado de fotografías de lujo; sería el turno del punk, el post-punk, la música dark, la new wave, el pop de los sintetizadores y otros sub-géneros que darían pie al rock alternativo. Una era que estira sus formas a lo largo de los ochenta; en Hedwing and The Angry Inch se desarrolla el cotidiano de una banda a fines de esta década, época en que la corriente del rock seguiría desatando represiones y subordinaciones de la cultura. El personaje principal, interpretado por John Cameron Mitchell –también es el director– es una chica transgénero que hizo la operación de cambio de sexo y las consecuencias fueron una mutilación de algo más que la materialidad del cuerpo.
Escisión es palabra clara para “leer” esta historia, un paladín para dos categorías antagónicas como el amor y la guerra expuestos en clave lirica. El cierre del “siglo corto” tal como describió el historiador Eric Hobsbawm, el muro de Berlín y el Origen del Amor, título de la canción que  desnuda la trama en su metáfora. Cuenta el mito entre dioses de todas las culturas y los hijos del sol e hijas de la tierra. La escisión del cuerpo los deviene en seres solitarios, y así, el origen del amor, el miedo y la intromisión de normas por medio de los vínculos afectivos. La obra es un prefijo a la formación del sujeto desde niño hasta la subordinación del adulto al amor como núcleo estructural de sí mismo y sus relaciones.
Una balada sin tintes de virtuosismo, se desliza cálida por los labios rojos de Hedwing hacía el desenlace que muta en melodía neurótica; la purpurina azul perlado destella junto a sus ojos, que no hacen más que persuadir. Los músicos, punks melancólicos y el guitarrista, un chico transgénero que tiene un romance con Hedwig, acompañan la escena en la variante que repiquetea entre distorsión precisa y arpegios dulces, un hibrido de fines de los ochenta, que rescata influencias de la Velvet Underground y The Stooges.
El sentimiento fatal y universal que suele subordinar al sujetx por el sujetx, es el detonante de la trama. Hedwing se enamora de Tommy Gnosis –“el chico equivocado”– un amante que se muestra como un nene ingenuo y al final muestra la hilacha: roba sus canciones y trasciende como estrella de rock. Los Angry Inch siguen tocando en bares de bajo presupuesto mientras Gnosis da conciertos para miles. Su apuesta va más allá de lo que aspiran los sellos discográficos, su show transita la teatralidad y la retórica (bien) explicita.
Es ficción pero no así, Wayne County, la primera travesti (1972) en estar al frente de una banda glam rock. Poesía ácida, de calle y clandestinidad, reivindicación de identidad; formó parte de la revuelta de Stonewall. Conoció a Bowie al punto que le produjo sesiones de un disco que nunca vio la luz; incluso, County, al igual que Hedwig, denuncia que el dandi del pop compuso Rebel Rebel en base a un tema de ella.
Fabulas, excentricidades del rock and roll son ribetes para reconstruir este contexto que llevó a una generación a arengar la lucha por lo que es nuestro: el cuerpo. Estas figuras forman parte de un movimiento, el queerpunk y homocore, cuyos fanzines se convierten en asideros de teorías y debates queers que profundizan sobre la identidad sexual. A diferencia de gays y lesbianas arrullados en la integración, se manifiestan contra las condiciones de opresión que reproduce la heteronorma.
Presumidos modernos de la lirica del suburbio, sacan provecho de su ego y retoman el legado de la generación beatnik, sobre todo a William Burroughs. Ese halo de romanticismo rodea al adolescente que compra discos de “maricas” frente a un grupo de  machos rudos, y luego se encierra en su cuarto, paraíso de cuatro paredes, posters de Slade y su tocadiscos.
Si la propuesta de estas dos películas, estrenadas a fines de los noventa, es retrotraer la escena underground y el arte como medio para romper cadenas culturales, lo logró. Una imagen multiforme, un hacía fuera espontáneo pero de herencia; la elegancia y un golpe a los estereotipos de sexualidad y buenas apariencias. Desprendimiento, degeneramiento, desnombramiento.
By: Roxy SeSi

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