martes, septiembre 27, 2011

Reflejo


Cuando me veo al espejo, las pocas veces que lo hago, veo como el tiempo va contando una historia donde se manifiestan  experiencias, expectativas y  desilusiones. A veces según la forma en que me mire o cómo me levante, creo no reconocerme, entonces me observo con atención y me encuentro con algunas sorpresas.
Alguna vez pude reconocer en mi, rastros de aquel criollo austero, ese que tanto detesto, mi abuelo paterno. Lo veo en la soberbia con que se forma una mueca irónica, en la velocidad al mover los labios para discutir, en la menuda expresión de amargura ante alguna cosa que no me guste. Aunque debo agradecer que de todos mis hermanos, soy el que menos se parece a él.
Otras en cambio, soy Pujol y Vidal, me subo a un barco, flaco, muerto de hambre después de tanto caminar entre las montañas de Gerona, y dejar para siempre toda una familia que me rechazó por tener una moral clasista y católica. Ahí es cuando la piel es pálida y las ojeras se agrandan, oscurecen, con los ojos tristes de tener que escapar de la guerra y la miseria.
 A veces trato de ver al autóctono, ese que nunca va a quedar calvo, ¿o alguien vio alguna vez un indio calvo? Y si tengo su sangre, por qué no puedo cantar como ellos ¿Por qué no tengo pestañas? Los veo en mis facciones lampiñas de boliviano de Potosí, de Peruano de Lima, de Diaguita del noroeste. Mi abuela me decía de niño, “vos de tantas cruzas que tenes, es que no te podes quedar quieto”. Y es ahí cuando mi padre no entendía como yo era rubio de pequeño, cómo estaba salpicado en lunares, pero yo, sí sabía.
Lo sabía al mirar al mestizo ese que soy, al verlo tan marrón, al verlo dorarse, quemarse con un solo rayito de sol. Lo veo en las cejas gruesas y largas, en la sonrisa grande, en los labios carnosos. El mestizo tiene cara de serio, y así engaña a la gente, así cruza la frontera y se escapa de otro país buscado por la justicia, y en sus arrugas corre el sudor de cuarenta grados a la sombra y un sombrero de cuero con olor a resignación.  Por último en sus ojos veo puntitos dorados y pupilas anchas, y la certeza absoluta de que son los ojos de la supervivencia, de la pelea y la fe.

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