sábado, enero 26, 2013

Viuda IV

"Que pena, que pena me he cansado de esperarte, por esperar pague una condena yo te condenaré a recordarme" 


  Dicen que corrientes tiene paye, ni bien sus pies tocaron esas tierras se sintió atraída por todo ese color, esa manera de hablar, esa tonada, la quietud, la calma, eso que nunca había conocido, pero Clara se encontraba en un pueblo como a cincuenta kilómetros de ella, y sabía que no se podía detener allí. Con la mochila a cuestas camino por toda la costanera hasta llegar a la avenida Tres de abril, donde se propuso hacer dedo.
  Empedrado era un escándalo, todos se preparaban para la noche de San Baltasar y Clara sentía en sus tripas el repique de los tambores que se aproximaban. Como cada 6 de enero, día de los "Santos reyes", los mulatos, mestizos y toda la comunidad afromestiza o lo que queda de ella, veneran en su día a Baltasar, y los chamamés candombes retumban al son de los cuerpos que bailan sin parar, bailan desde los tiempos de la antigua Cofradía, de cuando los cristianos los perseguían por adorar un santo pagano, uno que no estaba canonizado, que era negro.  Clara era una promesera, y esa noche debía bailar con los demás la zemba, debía bailar hasta que le salgan callos. Había pedido al Santo Kambá que la aleje del Árabe, y ella a cambio se quedaría toda la vida en Empedrado.  
 Cuando llego al lugar, se sorprendió ver tanta gente veraneando allí, tantas sombrillas, ella se imaginaba el lugar desierto. Caminando entre la linea que separa al agua de la arena venía Clara, con su bandeja en la cabeza, bronceada al mango, llena de trapos y tarareando una cumbia. Cuando por fin pudo verla de cerca su corazón estallaba de emoción, al correr fuerte la choco y tiraron toda la bandeja. 
 -" Así te pareces a la foto de La Eira"- 
-"Sí, era mi abuela, y vos tan blanca como siempre"-
 Clara se limpiaba la arena mojada, mientras pensaba como explicaba a su amiga todo lo que venía esa noche, sabía del rechazo que le tenía a todo eso, sabía que ella estaba vacía y no creía en nada, o que no le interesaba creer, pero Clara necesitaba creer en algo, creer que alguien la salvaría. 
 Llegaron a la casa, el sol ya no pegaba tan fuerte, pero parecían deshidratadas del calor, Clara puso en su celular una canción y empezó a bailar, mientras cantaba(para eso si le andaba el celular). No entendía mucho, mientras acomodaba sus ropas se limitaba a verla bailar, la deseaba en silencio, era tan hermosa cuando bailaba, la tomo del brazo y bailaron juntas, aunque no tenía ni idea de la coreografía, parecía que algo la llevaba. Estaban felices. 
  Entrada la noche el cuero de los tambores se hacía escuchar, ya lo había decidido, no le diría nada de la ceremonia, dejaría que ella sola se entere, no encontraba la forma de explicarle, además no quería hablar del pasado. No quería pensar en ello, sólo quería con los tambores poder olvidar, como cuando bailaban en las ferias del centro de Posadas, o como esa noche que se conocieron en la fiesta de Brenda. 
 Clara estaba hermosa, la piel dorada, con esas trenzas que le pasaban la cintura, con un vestido floreado que llegaba a las rodillas, y tenía un tajo en la pierna izquierda. Se colocó su perfume favorito de hombre, aunque no lo admitía era el perfume que usaba el Árabe, y  cuando llegaron al altar el perfume de las flores era opaco al lado del de ella. Estaban poseídas por el acordeón, temía por las preguntas de su amiga, pero la otra estaba perpleja al ver las guitarras criollas y los cantos que invocaban los negros, cantos más antiguos que las migraciones de la familia de Clara. No pregunto nada.  
  Lo que sus ojos observaban era increíble, era una fiesta alegre, plagada de tambores, todos bailaban el candombe, y el ritual ya había empezado pero ella solo podía mirar a Clara confundirse entre la gente y moverse como una víbora hipnotizada por una flauta. Un negro fornido, esculpido como esas estatuas griegas tomo a Clara del brazo y empezaron a valsear, era como si hicieran el amor, era la forma en que demostraban su devoción a Baltasar. 
  La capilla parecía prendida fuego cuando el silencio la cubrió y del fondo los tambores empezaron a surgir como si tuvieran un eco que daba cosquillas al oído, estaban todos poseídos, una gorda mulata salió de la capilla con el cariz sagrado en sus manos, y lo levantaba bien a lo alto a medida que el sonido de los tambores aumentaba, tomaron a Clara con el negro y los pusieron en frente, eran los nuevos reyes de la procesión.  Para ello los desnudaron y cambiaron, la vestimenta era una túnica roja, una capa amarilla, y la corona. Clara estaba incomoda pero siguió el ritual, ahora debía quedarse quieta mientras todos bailaban, recibía ofrendas, era tratada como una diosa. 
 Sentía en su pecho una mezcla de horror y emoción mientras observaba todo ese repertorio carnavalesco, mientras veía a Clara ser arrastrada hasta el altar y adorada, cuando una voz le susurró al oído -"Mi nombre es Jaro, ¿y el tuyo?"-, -"Mi nombre es Eira"- Le dijo, mintiendo. 


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